Dicen que Barcelona es bona si la bolsa sona. Y aunque els magatzems catalans debatan sobre pujolisme y república, lo que más preocupa por esos lares es aprovechar al máximo el beneficio que genera el desembarco turístico estival. Allí los cuentos y las historias del disenny sirven para vender y hacer felices a los compradores, conclusión que extraigo de mis experiencias laborales en la ciudad condal.

En las ciudades portuarias, del norte o del sur, se ha desarrollado durante siglos un ingenioso espíritu comercial. Barcelona pretende ser un destino de referencia para turistas cosmopolitas y amantes de la cultura, nueva y tradicional. Se apuesta por eso que Love Marks como Apple (Ipads, IPhones y demás familia) encarnan a la perfección: el Diseño, en todas sus facetas. Y si es mediterráneo, mejor.

Diseñar es convertir la creatividad en procedimiento, con el objetivo de solucionar un problema. Todo un ejercicio de ingeniería. Y si en internet se vende “bueno, bonito y barato”, la experiencia de visitar un local físico debe resultar memorable.

Un caso de éxito es el modelo de negocio de Happy Pills, basado en una original propuesta de diseño autóctono.

Cuando un comerciante del barrio de El Borne quiso “montar un chiringuito” de dulces y gominolas en un espacio muy reducido, con un alquiler elevado, tuvo claro que, para soportar los gastos generales, el producto tenía que ser de bajo coste, pequeño, y almacenable sin necesidad de refrigeración. Además debía resultar atractivo para el tipo de visitante que pulula por el Borne: hipsters, bohos y design lovers. Por eso, al contenido se le añadió un envoltorio poco convencional, siempre relacionado con el sector farmacéutico: frascos de pastillas, botiquines de emergencia y pastilleros. 

Así el producto adquiría un carácter especial, convirtiéndose, según sus propios creadores en un “remedio para encontrar la felicidad”.

Y como los medicamentos convencionales, las Happy Pills se venden en una farmacia, una muy particular en este caso. Se concibe como un lugar neutro y blanco para que el muestrario adquiera relevancia. Consta tan sólo de unas sencillas estanterías y de un pequeño mostrador. Se incide en la iluminación y en la señalética, donde se indica que cada recipiente contiene el equivalente a “las lágrimas de risa de un chiste de Eugenio o los colores de cuando amanece, que no es poco”. De esta manera, una tienda de chucherías de menos de 4 m2, casi sin pretenderlo (o haciéndolo deliberadamente) adquiere fama internacional y se convierte en franquicia. Probablemente porque las Happy Pills también se componen de “una bajada de los tipos de interés y de un walk on the wild side”.

Podría decir que en tiempos de crisis hay que apostar por productos que marquen la diferencia. Pero no sería estrictamente cierto. Se puede optar por innovar en la presentación, en el visual merchandising o la publicidad en el punto de venta, y en el storytelling, es decir, en la historia que cuenta la marca para enamorarnos. Porque estamos cansados de cuentos grises y queremos colores. Desde lo grande a lo pequeño, desde las casas y los coches, a las tiendas y sus productos.

Venga señores, cómprenme unas Happy Pills. O mejor, dense cuenta de que si son conscientes de por qué la gente las compra, pueden tener el secreto de la felicidad en sus manos.