El amor a primera vista no es más que deseo a primera vista. Los instintos del ser humano están vinculados a los 5 sentidos. Luego, todo es susceptible de ser racionalizado.
Pero, cuando a mi me preguntan cómo puedo saber si un proyecto del carácter que sea, es bueno, mi respuesta es inmediata: lo sé porque no puedo dejar de mirarlo.
La Codicia. La Arquitectura Invasora.
Hemos vivido una época dorada en la construcción. Todo era susceptible de urbanizarse. Es entendible. En la huerta existe una gran cantidad de propietarios de tierras difíciles de cuidar y gestionar. La Agricultura es dura. El agricultor está supeditado a las inclemencias del tiempo, tiene que contratar a personal que le ayude con la habilidad de un empresario, vender la cosecha que obtiene en plazo, porque es un producto perecedero y de ahí obtener un beneficio.
La pregunta es: ¿Qué haría usted si le ofreciesen millones de euros por un terreno por el que ha de vivir semejante sacrificio día sí y día también? Les soy sincera si yo no dudaría: Coge el dinero y corre.
¿Quien tiene la culpa pues de que se pierda la Huerta? ¿El propietario de la tierra? ¿El que la compra para edificar? ¿El que desarrolla el proyecto en un sector que ya está calificado como urbanizable? ¿El que lo construye?
Pienso que no se ha desarrollado lo suficiente la normativa en este aspecto. Mejor dicho. No se ha pensado en que ha de existir un equilibrio sostenible, en que la base de nuestro turismo, son los paisajes antes sin explotar y ahora colmatados de viviendas sin habitar. Sólo se quería obtener beneficio rápido. Y se pensaba en presente, no se visualizaba el futuro.
El pecado de la Arquitectura actual ha sido su mirada inmediata, sin considerar la vida útil, el mantenimiento, la perdurabilidad, la adaptación, la evolución o un posible perjuicio futuro. A todos los niveles. Se ha vivido de la ilusión, del placer momentáneo, de la tendencia que en cinco años pierde vigencia.
Y por eso, los bajos instintos del ser humano pueden existir en el mundo de la Construcción, pero no han de invadir la Arquitectura, que obedece a un ideal más elevado y atemporal.
El deseo. Arquitectura que seduce.
Cuando se vence la punzada de sobrecogimiento que genera el miedo, parece que luego aparece una sensación adrenalínica que precede a la felicidad. Es lo que aducen los que practican deportes de riesgo.
Yo también pienso que las sensaciones de peligro pueden resultar atractivas en gran medida y sobre todo, cuando se observan a cierta distancia. Pero esta opinión no es universal.
La contemplación de la belleza es una fuente de placer. Y efectivamente, lo que es placentero siempre es tentador, y queremos verlo, tocarlo o comerlo. En la actualidad existe una fuerte tendencia a vincular las imágenes que se difunden en Redes Sociales con comida sugerente. Los colores rosa, azul, verde, son vibrantes, con una cierta apariencia artificial pero a la vez sugerente, que transmite sensaciones placenteras.
Por eso, para separar la paja del grano, pienso siempre en quien disfruta del proyecto en sí, y no en la infografía que observo. Si se tratará de un lugar habitable, confortable. Si existirá una buena ventilación, un buen soleamiento. Si las circulaciones son las adecuadas. Observo. Y me doy cuenta, de que los proyectos están cada vez más dibujados, pero son menos entendibles, y menos vivibles. Pensemos no sólo en el placer presente del cliente, sino en su placer futuro.
Y en la imagen de los nuevos proyectos también se recurre a transmitir dichas sensaciones sin ir más allá. Se trabaja en infografías como si se tratara de espectáculos de luz y sonido. Se dibujan planos confusos donde no se sabe qué es realidad y qué forma parte de la imaginación del arquitecto.
¿Y es censurable acaso? Por supuesto que no, si se consigue el objetivo propuesto: enamorar al cliente partiendo de un buen concepto. Pero el placer es engañoso, es posible que el contenedor esté disfrazando al continente y no lo esté mejorando. Por desgracia, esto, a veces sólo es perceptible cuando los proyectos se llevan a la realidad.
La soberbia. Arquitectura que impresiona.
Cuando Gaudí hablaba de la Sagrada Familia, decía: «Llegando a Barcelona, el Templo emergirá soberbio con la cruz a 170 metros». Las antiguas catedrales eran soberbias. Los edificios institucionales también lo eran. Y el motivo, a priori, también lo era. Podemos pensar que, en el primer caso, la intención era sobrecoger, conectar cielo y tierra a través de un edificio de tremendas magnitudes. En el segundo, su proporción podía deberse a la magnitud del interés al que servían, al de toda la ciudadanía.
Pero ¿quién sabe si la monumentalidad, la grandiosidad, tan sólo se debía al deseo de dejar huella del promotor o del propio arquitecto? Altius, citius, fortius. La ambición, la sana competición con uno mismo, es una cualidad inherente al emprendedor, al empresario, al autónomo, al líder, al superviviente.
Y en la actualidad encontramos numerosos ejemplos de «soberbia» en Arquitectura: las cuatro «torres» de Madrid, los nuevos campos de fútbol como el Allianz Arena, las «megaconstrucciones» orientales, la Ciudad de las Artes y las Ciencias, los «Guggenheims»…
¿Y cómo diferenciar, entre todos estos alardes, toda la arquitectura-espectáculo, lo bueno de lo malo? Esta cuestión me recuerda a cuando se interroga al artista sobre si todo vale en la representación estética.
Y la respuesta parece complicada, pero para mí es muy sencilla. Dicen que la belleza es subjetiva, pero no lo es. Hay ojos que nadie puede dejar de observar y bocas que todos quisiésemos probar. Los instintos no son subjetividades. Y un buen proyecto es susceptible de ser amado… o más bien, deseado. Y cuando todos coinciden en ese objeto de deseo… no hay otra que rendirse ante él.
Las bajas pasiones siempre han rodeado al arte, a la Arquitectura. Si avivan la pasión con la que se concibe el proyecto, bienvenidas sean. Pero si destruyen la honestidad de su intención, evitémoslas. En tiempo de crisis, promovamos una Arquitectura solidaria y sincera. No engañemos a nadie. Y menos a nosotros mismos.