Para que la luz aparezca, se necesita una fuente y un camino, un hueco, una abertura. Cuando se conoce bien qué recursos sirven para tamizar y conducir la luz, y cuales la opacan o la potencian, se consigue emocionar a aquel que contempla el haz iluminado.

La emoción es un intenso sentimiento, feliz si se considera en relación con la arquitectura. Es maravilloso vibrar con aquello que emociona.

Y es lo que me ocurre cuando pasa un haz de luz a través de un hueco horadado en un muro. Las ventanas panorámicas son útiles para ver lo que hay frente a nosotros en toda su magnitud, pero no hacen una criba selectiva de las vistas ni de la luz entrante.

En las iglesias, la iluminación cumple un papel más emocional que práctico. Las vidrieras inspiran más que alumbran. En estos casos, ni siquiera se contempla la transparencia en el cristal.

Las viviendas en el sur necesitan iluminar su interior de forma controlada. Sus ventanas ayudan a ventilar sin que el calor haga mella. La mejor manera de controlar la temperatura dentro de una casa es controlar el tamaño del hueco en fachada según la orientación. Imagínense vidrios a sur y a poniente en Murcia: un cocedero con un gasto de mantenimiento en climatización considerable.

Hueco, que te quiero hueco.