Algunas de las obras de Tadao Ando, Norman Foster o Peter Zumthor, puede que no estén relacionadas. Y no me considero capaz de valorar su mayor o menor brillantez, Dios me libre. Son sencillamente distintas.

A menudo, lo que diferencia el trabajo de un arquitecto es su personalidad, sus valores o sus intereses, antes que su nivel de conocimientos o experiencia. El carácter del autor de una obra no se refleja en la repetición de ciertos esquemas, ritmos o materiales, al menos, en esencia. Tiene más que ver con actuar sin miedo, por impulso, con pasión, con premeditación y alevosía.

¿Pensáis que al primer Mies le asustaba construir una casa transparente que nadie entendiese? ¿O que Barragán imitaba a sus contemporáneos? Señores, eso es valentía.

Es arriesgarse a experimentar lo que uno vive con intensidad a riesgo de ser censurado, por los clientes o por la propia profesión.

Cuando corrijo a mis alumnos de proyectos, siempre repiten la misma frase:”es que a mi profesor no le gusta…” “es que me ha dicho que cambie otra cosa…”

Puede que a un profesor de proyectos le de tiempo a detectar en un golpe de vista que el proyecto no funciona como debería. Pero no siempre puede acertar a fabricar la solución mágica en una corrección que puede que tenga que replantearse por completo.

Por eso apunta ciertos cambios, por si se atisba algún avance, que no siempre pueden arreglar un desaguisado.

Propongo varios sencillos ejercicios para el profesional y el estudiante de la arquitectura, que me suelen ayudar y que pueden eludir la fatalidad de llegar a un bloqueo mental:

1 Plantea el proyecto como si el cliente fueses tú mismo.

¿Alguna vez has tenido la desagradable experiencia de tener que comprar ropa a una persona que no tiene los mismos gustos que tú? En estos casos, sueles equivocarte. A veces no eliges bien. Lo malo es que cuando llevas a cabo el proyecto no cuentas con “ticket-regalo”.

Lo mismo sucede si planteas una obra para otro con inspiraciones que nada tienen que ver con las tuyas. Adáptalas a tu manera de ser, a tu sentido común. Aparta las subjetividades. Piensa en el confort, en las necesidades básicas, el soleamiento y la orientación, y en segunda instancia, en la emoción, la tranquilidad, la euforia. Trata de transmitir sensaciones universales con recursos sencillos. Y nunca descuides la métrica.

2 Siempre ha de aparecer lo que yo llamo el Efecto ¡¡¡¡Oooooh!!!

De sorpresa, de admiración. Un contraste, una doble altura, una visión inesperada, una inclinación, un color, una textura. Un recurso comprensible, coherente pero sorprendente. Algo que haga que tu proyecto cambie de rumbo inesperadamente. A menudo trato de cerrar los ojos, e imaginar que paseo por el edificio que estoy proyectando. Como en un recorrido virtual. Si nada me emociona, si nada me turba ni me hace sentir orgullosa, borro y vuelvo a empezar.

3 Trabaja con herramientas conocidas para tí.

Hoy todos se han vuelto locos con las infografías y la representación virtual. Pero no todo vale para todos. Gropius no sabía dibujar, y ahí está. Desarrolló sus propios recursos (o reclutó a ayudantes). Puede que se te de bien bocetar. O la fotografía. O escribir y contar historias. O las maquetas. O la artesanía. O la papiroflexia.

Pon tus talentos al servicio de tus proyectos. Si tratas de copiar a otros, estarás “jugando a un juego” que te es ajeno. Aprovecha tu experiencia. Céntrate en lo que te da seguridad, en lo que te haga sentir cómodo.

4 Fórmate en la dirección correcta.

No estudies masters por tendencia ni te apuntes a cursos a los que asistan tus amigos. No te servirán de nada porque no continuarás practicando después. Selecciona tu curso soñado. Ve al mejor sitio. Abre tu mundo. Relaciónate con aquellos de los que puedas aprender, con humildad. Conviértete en una esponja, tengas la edad que tengas.

5 Presta atención a tus habilidades personales

Escribe en una lista por un lado, aquellos trabajos que te pueden acreditar como profesional experimentado. Por otro lado, haz memoria y enumera qué suelen comentar tus clientes sobre tus resultados. Si eres meticuloso, artístico, imaginativo, preciso… o incluso simpático. Pregúntales a ellos. Mándales una encuesta ¿Por qué te eligieron? ¿Qué vieron en ti? ¿Y por qué siguieron trabajando contigo? Toda tu imagen corporativa ha de articularse en torno a esos valores. Y a lo que tu consideres valioso y constructivo de esas respuestas.

Si practicas esta reflexión (aunque siempre es costoso ser crítico y llevar a cabo una autoevaluación), crecerás como profesional.

Por otro lado, desgraciadamente resulta muy difícil ser objetivo con uno mismo, y lo ideal es que un profesional honesto y conocedor de tu ámbito profesional valide tus circunstancias, adoptando el papel de abogado del diablo (más bien de cliente, en este caso). Nadie se suele tachar a sí mismo de poco capaz o petulante. Pero puede que lo sea.

Desde mi humilde punto de vista, conviene trabajar de la mano de un profesional para recobrar la pasión por el trabajo. Porque eso, y no otra cosa, es lo que nos mantiene vivos. Y es el recurso de autopromoción más valioso que existe.