Calatrava y Joaquín Torres han demostrado que sus nombres, como “marca”, son reconocibles. Sin entrar a discutir en lo que representan. Mercadona o Armani comulgan con valores concretos, que pueden ser distintos, pero también identificables.

Resulta sintomático que no conozca a muchos arquitectos que valoren positivamente a estos dos compañeros de profesión. Y que, sin embargo, sean los más conocidos por el gran público. Esto tiene un trasfondo, señores. Y no es ninguna tontería.

Porque descubre parte de la causa del alto porcentaje de desempleo existente en nuestra profesión: la falta de identidad profesional y de conocimiento de nuestras capacidades por parte de nuestros clientes.

A este tema no le dedicaría un post, sino una serie completa. Pero vayamos por partes.

Estos dos señores son unos grandes estrategas del marketing (= técnicas de venta).

Al arquitecto, desde bien jovencito, se le entrena para “vivir” como un artista. Ha de trabajar infatigablemente fines de semana y fiestas de guardar. Si es posible, tiene que lograr la perfección en su trabajo (y dormir y comer resultan cuestiones accesorias). Y después de realizar esfuerzos sobre humanos, tampoco resulta imprescindible cobrar lo justo y necesario. El objetivo es otro: conseguir la inmortalidad a través de sus obras. Quien las pague no importa. Seguramente el dinero llueve de los árboles. Como si se ha de vivir del aire.

Tanto Calatrava como Joaquín Torres han trabajado su identidad profesional concienzudamente.  Son Arquitectos y Marcas. El primero se distingue por hacer trabajos arquitectónicos de escala monumental, que constituyen verdaderos hitos urbanos con un estilo único y reconocible. Se percibe la influencia de su formación como ingeniero civil. Por supuesto, no vamos a negar que le gusta Gaudí. Desde mi punto de vista, deja a un lado lo racional casi en extremo para inventarse paraísos inspirados en el mundo animal (Gaudí otra vez).

¿Por qué se le contrata? Porque la gente admira sus obras. Acuden en masa a verlas. A los ayuntamientos les resulta beneficioso. Es rentable.

Hoy por hoy, a mi parecer, es el único arquitecto cuyo nombre es en sí una marca. Normalmente, a las viviendas que diseñamos se les suele denominar con el nombre de su morador (de los promotores, básicamente) o incluso con el lugar donde se hallan. Pero este señor pone su nombre a todos los puentes que construye. O se lo ponen. Puente de Calatrava, lo cierto es que suena bien. Casi mejor que Puente de Martínez Vidal (de Martínez, peor todavía).

Por supuesto que resulta conocido por noticias acerca de incidencias constructivas en sus trabajos, pero ¿creéis que eso extinguirá sus oportunidades laborales?

Por otro lado Joaquín Torres se ha erigido en coach arquitectónico de las celebrities. Objetivamente, se puede decir que ha logrado conseguir relacionarse con autopromotores de viviendas de lujo que confían en él para hacer realidad sus sueños, con todo lo que ello conlleva (presupuestos y honorarios astronómicos a gusto del diseñador).

Es probable que muchos arquitectos hagan proyectos tan buenos como él. O mejores. Lo que dudo es que tengan su capacidad de generar contactos y establecer relaciones con el público objetivo al que quieren destinar sus proyectos.

Y de nuevo, nos remitimos a la palabra maldita de la Arquitectura: Marketing (es la segunda vez que la menciono, tendré que encomendarme a San Judas Tadeo).

Siempre trato de aprender de lo que observo. Y mi conclusión no es en ningún caso que haya que imitar a estos dos profesionales. Pero sí que considero imprescindible realizar un ejercicio de reflexión. La profesión necesita reorientarse. Aceptarse, conocerse… y quererse.

Nuestra formación nos permite ser versátiles. Unos tienen un perfil más creativo, otros más técnico. Algunos están hiperconectados con las Nuevas Tecnologías. Y quién no conoce a algún “gurú” detector de tendencias. Los hay interesados por el interiorismo. Y también “máquinas” del cálculo y de las estructuras.

Descubramos nuestros talentos, enfoquémoslos, y, por qué no, démosles promoción. No todos los arquitectos ganan concursos. Ni deben. Ni quieren. Igual que no todos somos veganos, surferos, videntes o líderes. Un arquitecto puede hacer muchas cosas pero no tiene que hacerlas todas. Solo aquellas para las que realmente vale.

Quien no se identifique con lo que es o en lo que trabaja, lo tiene crudo en esta crisis, compañeros. Y quien no tenga paciencia, menos. No me creo mejor ni peor que estos señores, pero sí defiendo algo en lo que son unos verdaderos maestros: creer en ellos mismos.